A la
orilla del mar más grande, con nada más que inmensidad por delante, sin nada de
lo que no necesito, asoma la mañana en colores delirantes. Y la mirada perdida prolonga
el momento, como si el amor mirara y encantara, y se fuera y se quedara (allá).
El cuerpo piensa, los pies caminan y los nervios se estremecen. La tranquilidad… Ella habla por sí sola.
Con
escribir insumiso, con caminar impreciso, con mirar sonriso; deseoso como flor de pétalos abiertos que
busca al sol para vivir. Voy recordando aquello importante; que el corazón es
ansioso, y se toma a la vida en un despiste, que el tiempo presuroso
se aferra a lo que sí existe. En medio de tanto alborozo, voy lento para
después correr hasta saltar al abismo. Y canto canciones vueltas memoria, y
vengo a ver llover en un cultivo seco, sólo grito para oír el eco y cuento una
nueva historia. Me veo en el hilo
delgado de una palabra sin pensar en después, detenida en viento pasajero; suave
es el correr de mis pensamientos lozanos, y no los querría si no fuese así.
Gracias
y no gracias. Con qué lucidez hablara un herido. Qué cambiante el sentir
abierto de un cuadro dolido que murió sin morir. He de verlo ya en mis nuevos
sueños, en donde esté más despejado el aire, donde haya risa inmutable y se hable de detalles pequeños. De
vuelta al carpe y al diem, se pasan las horas tranquilas en la viveza de una
nueva ilusión. Emoción, efusión, pasión, canción.
Tengo
ahora silencios llenos de poesía, tan solo hablo de sueños cual silbidos suaves,
entre locura y dulces casualidades. Me escribo a mí y cambio de razones, me
refugio en mis pasiones que a mi sonrisa, risa le han regalado, y una risita es
sedante, una sonrisa para unos ojos es anestesia al dolor incesante. Mejor será
vivir sonriendo, para poder morir de risa, de amor, de sueño y de emoción; y
volver, volver a hacer que valga la pena.
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