domingo, 17 de abril de 2016

La Quinta



Debajo de unas nubes grises y un sol medio escondido, está La Quinta, un lugar de almas desnudas a donde los desenamorados van a dejar de vivir su realidad, a tomar aire de las situaciones que los arrugan por dentro, o a dejar salir tanto aire negro que ya han tomado. Un sitio tan peregrinamente apacible que provoca salir corriendo y quedarse para siempre.

Antes de entrar todos se quitan sus máscaras de sonrisas. Nadie tiene que abrir las puertas porque estas están siempre abiertas, como un presagio de que cada tarde el lugar se llenará y llegarán muchos sin fuerzas para empujar. La espera de los clientes es directamente proporcional al tamaño de la herida y al radio de la pupila dilatada de los que sufren por amor.

Adentro, un ambiente como de viento. Todos se saludan con un abrazo, todos saben cuánto lo necesitan. Detrás de la barra, los que saben las palabras precisas y las sonrisas de medio lado que, en medio del desasosiego, es bueno dar a los que van allí. Es un lugar con experiencia, experiencia que ha adquirido, más que con sus años de existencia, con las historias que se escuchan en el recorrido de los vasos a las bocas, o de camino al baño. Todo en La Quinta está invadido de las palabras que sus paredes han escuchado.

Los pasos de los que se van acercando a unirse a la fiesta se escuchan como un metrónomo que marca el compás de las más tristes composiciones. No se distingue entre mujeres y hombres, sólo se ven corazones que buscan desesperados aquel lugar para dejar salir las lágrimas que, frente a la gente, no quieren mostrar.

Y se ven sentados en las mesas a los que tienen lejos sus pasiones y allí pueden, de una manera extraña e incomprensible, sentirlas cerca, como unas manos que acarician aún con la piel ajada, como la playa de Troya, yerma y desolada. Otros caminan por ahí y no se sientan, porque tienen miedo de que se les caigan los recuerdos felices y las caras de los que quieren, y le muestran a los demás fotografías de esas caras, alegando, a veces gritos: “¡Ese es el rostro del amor!”

En la rocola, junto a la lista de "Canciones prohibidas por tener un significado especial y por su alta capacidad de poner a llorar el corazón", unos le echan monedas a música lenta que acompañe los suspiros. Música que pronto llena los rincones un tanto empolvados del lugar. La música que suena no improvisa ningún sentimiento, porque en La Quinta el piano siempre está dañado.

Así es La Quinta, preparada para recibir a sus clientes y atender sus necesidades. Y dejarlos caerse al suelo si es lo que necesitan, y darles de beber algo que les quite el dolor de cabeza, o que al menos intente hacerlo.Todos se hablan con silencio, entendiendo perfectamente lo que las ojeras del otro quieren decir. Soledad camina por ahí poniendo una mano en el hombro de cada visitante. No hay relojes para no sentir el paso del tiempo-olvido. No es un paraíso, pero es un hogar. Un hogar para los que tienen los besos sin hogar.

No se sabe dónde queda La Quinta. Tal vez en el quinto intento de revivir los amores, en la quinta chispa de un fuego encendido, en el quinto camino por el que camina alguien perdido, en la quinta hoja arrugada llena de letras que quieren explicar el vacío, en la quinta señal de peligro de una inhóspita carretera.

Y hay quienes no han podido encontrar cómo salir... Y hay quienes no quieren encontrar cómo hacerlo.



17 abril 2016. 8:20 pm.