domingo, 25 de noviembre de 2012

Diálogos Con La Ventana VI



Querida oyente de incoherencias, hace un tiempo no nos veíamos de la manera en que solemos hacerlo. Hoy me siento como si me hubieran robado palabras que son imposibles de remplazar y admiro cómo ya fue encontrado lo que yo quise decir pero al fin difiero al menos mínimamente, para qué dejar opciones si todas son penosas. No, de esa manera no vale la pena, no para mí. Dejan de ser dos y empieza a ser uno.

Mi mente se ahoga con tanta sensación efímera y cambiante, el vaivén me marea cuando yo lo único que quiero es que me canten una canción que relate una historia que no tenga nada que ver con la vida. De esas que llenan los momentos en los que la cabeza no necesita nada más que dos sonrisas y tres o cuatro minutos. Y pensar que para mí esa sinrazón resulta tan afable, la tontería tan inteligente.


Me pregunto cuántas cosas de mí no se ven y cuánta falta hacen, será que dejé de ser sin querer o fui pero no del todo. Partí y dejé a un montón de palabras informales sustituyéndome y ahora me cuestiono mientras observo todas las formas, tan distintas, en que fueron entendidas.

Soy fuera y soy dentro también. Soy lo que se espera y lo que no a la vez. Redundante pero no colmada de mi propia personalidad, no soy tortuosamente incomprendida. Soy algo así como un día evasivo en la mitad de una poesía barata. Con mis noches convertidas en madrugadas oscuras que no dan paso a lo que no sea solitario. Una mente y un pensamiento que se escriben solos, nada más.

Puedo pasar mis manos por las letras y sentirlas viejas, pero es que no hablo de esto sino de lo otro, hablo de que quiero convertirme en pausas y ser parte de una de las dos páginas que estaban acostumbradas a estar abiertas. Supongo que más de la mitad de lo que quería decir es que me muero por leer letras y estar detrás de ellas; por simple, vano y puro placer.

Mis palabras se acomodaron a mis épocas ventana, y creo que de todo, fue eso lo único que pasó sin que yo tuviese intención de que pasara. Tal vez nos cambiaron las razones para estar tranquilos y la profundidad nos tomó por sorpresa, tal vez poco entendemos de idilios y de explicaciones, que ya no sufrimos de ser esquivos ni de despelotes interiores ni de verdades calladas.

Valentía… Valentía déjame pensando. Pensando y también recordando, como si pudiese sentirme allí y no en las vueltas que no dejo de dar.

Aquí quedé, punto de quiebra. Hecha un monumento a la cobardía, fundando sentimientos que no sabía que podía despertar. Con la realidad en frente y con mis manos incapaces de hacer el más mínimo movimiento, con mis pies pegados al piso y mi mente pegada a un enredo.

Víctima de las respuestas silenciadas, tan capaces de dejar a cualquiera indefenso de repente, como a mí, parada como estoy, en mi mundo y en el tuyo o en el de nosotros, pensando en actuar como necesito actuar, mostrando algo coherente con lo que en mis adentros sostengo. Entiendo tan bien algunas cosas que desespero terriblemente por dejarlas todas al revés y vivir en un momento en el que nada tenga que hablarse… Pero un nudo en la garganta no es el mejor amigo ni de las palabras que no se dicen.

Anda y cuéntales que yo también lo siento, tanto o más, tan incomprensible e indescifrable como suena. Anda y conversa por un rato para hacerme creer que todo pasó y así sorprenderme cuando mis ojos se vuelvan a nublar.

Si algo aún queda sólo espero que me cuenten qué puedo hacer para que no se vaya. Yo ya no sé nada ventana, parece que me estoy cansando de pensar pero no lo voy a dejar de hacer, antes de eso dejaría de ser yo…

En todo caso te extrañaba. ¡Y no agaches la cabeza orgullosa que sé que tú también me extrañabas a mí! Pero ahora me voy de nuevo, porque no han podido gustarme enteramente todas estas palabras.