jueves, 27 de febrero de 2014

Señorita

He escuchado ya muchas cosas que han sido dichas, he visto lágrimas que prometen ser de felicidad, he visto gestos de queja más grandes que el dolor mismo que los causa y todo esto de su cara, señorita, de su cara mientras dice que su vida vive ahora un rumbo que nunca tuvo, un rumbo definitivo, no tentativo, positivo, no pasivo... Con pesar (auténtico pesar ¡que no se vaya a pensar que miento!) el adjetivo de hipócrita también le vendría bien, y eso sólo porque ha sido usted la que lo ha mostrado así. Del interés no sólo se habla ¡Eso es también una cosa que se demuestra!

Blasona de su experiencia, estudios y recorridos; pero entre niñerías y mimos, más parece su estatura un extraño fenómeno de altura (¡Y ya!).
Será por esos delirios, que francamente no sé llamarlos de otra manera, que los consejos a sus oídos llegan con tanta pesadez, como si dárselos fuera cierta clase de delito. Son para usted un mal necesario, aunque le cueste, pero en este punto no estamos ya para dar más correcciones, el silencio le ha ganado la pelea a las desesperaciones. Qué más da, si al fin y al cabo, señorita, ya usted se las sabe todas, sólo no se confíe, que para inmaculadas está La Virgen.

Señorita de las transparentes... personalidades, permítame decirle que son un dolor de cabeza sus necedades, y que poco creo ya en sus enfermedades. Usted que camina sola, agacha la cabeza cuando se le quiere mirar ¡pero eso sí! la deja bien alta cuando prefiero ver una bandada de pájaros antes que a sus inmodestas cejas alzadas.

Pero dejemos de hablar de lo que me hace usted a mí, al fin y al cabo quién soy yo más que una igual, pero creo, y diciéndolo con todo respeto, que a quienes debe usted respeto guardan ganas de dejar su irrespeto por el piso. No ha sido secreto que se molesta usted por completo cuando con razones justas le hablan, pero sepa que los regaños no se hablan a dueto, las discusiones no son siempre un reto y que, aunque yo ahí no me meto,  sus respuestas dan ganas del mascadero voltearle, como lo diría mi abuela muy concreto.  Diriale yo que deje usted misma de meterse en aprietos, y si ya dijo “me comprometo”, trate de citar también la palabra “coherencia”.

Ahora no sólo me preocupo por usted sino por mí, porque ¿qué hago yo si cada día puedo ver menos de su ser? Sin mencionar que no quiero llegar a hablar en sus palabras, pero sus deliciosas miradas cada vez me hacen la cuestión más difícil. La triste realidad es que no necesito tener más de sus actitudes para sentirme como me siento, hastiada, fastidiada, incomodada y cómo no, frenada; y mis planes son muchos, pero todos sin hastiarme, fastidiarme, incomodarme y mucho menos frenarme.



Yo no quería que la situación llegara a estos extremos, pero debo decir con honestidad de sobra que, señorita, poco la aguanto.