sábado, 26 de septiembre de 2015

Mientras Veo La Luna



Pienso que no he podido dejar el vicio de pensar. Ya lo hago hasta sin darme cuenta. Va pasando el día tras despertarme, tras no desayunar, tras bostezar de frío aunque esté haciendo calor, muy normal; y de pronto me sorprendo pensando. Y voy dándole más vueltas a lo mismo que pensé la última vez que pensé. Busco respuestas en la noche porque las dejé de encontrar en mí hace mucho tiempo, desde que me imaginé el camino nevado; y espero ingenuamente que las estrellas más pequeñas me respondan. El problema es que las estrellas no salen todas las noches.

Es muy fácil pensar en pensar cuando se está callado. Es fácil ver a alguien en ese estado silencioso de abstracción y suponer inmediatamente que adentro de su cabeza los pensamientos están ahogándose en los ríos que al corazón desembocan. Pero ¿qué pasa con los que hablan? ¡Ah! ¡Ahora sí los confundí! Y es que, a ver ¿qué pasa con quien va por ahí caminando con paso firme, velocidad media y para terminar de ponerle coraje a la cosa, mirada al frente? ¿No piensa?... Me he dado cuenta de lo fácil que es seguir pensando en las heridas de la vida mientras se baila sin coreografías y se ríe con ímpetu. No hay que agachar la cabeza para lamentar un día, y no hay mucha distancia de las mariposas moradas en el estómago, a las mariposas negras en el pecho. (las que golpean vehementemente)

Pero veo esto yéndose a un plano muy profundo, aunque no importa, porque así es. ¡Es justo ahí a donde quiero llegar! A contarle al mundo (bueno, a los pocos que lean estos escritos) que me di cuenta de que se pueden seguir teniendo ganas de comer a toda hora pero sentir deseos de no estar con nadie, seguir abrazando con fuerza para romper los huesos pero estar tranquilo en soledad, seguir cantando felizmente desafinado pero tener ganas de llorar, seguir hablando solo pero no sentirse a gusto, seguir saludando con una sonrisa... Pero repensar las decisiones ya tomadas.

Qué divertida es la vida después de todo, salta y con su salto rebota el corazón. Sigue pasando sin compasión aunque uno se encuentre o se pierda. Y no "se pierda" de perderse en el camino, sino que "se pierda" a uno mismo, se pierda en medio de las peleas del pensar y el sentir, y los fusibles quemados tratando de juntar coherentemente esas dos acciones. A mí me está buscando la conciencia y yo no me he dejado encontrar, me recuerda las conversaciones no habladas, las mentiras no aceptadas (o las aceptadas, más bien), los acuerdos no cumplidos, y aquí sufro en la alegría de divertirme sin ella, y creo que no hay sufrimiento más extrañamente veraz.

Volviendo a probar lo de antes, y las formas desinteresadas, intensas y naturales de escribir. Sólo un pequeño preámbulo para escribirle a la mujer maltratada de mi alma.


martes, 15 de septiembre de 2015

Visitante Inesperado

Para Letras del Mañana


-¡Qué día doloroso! No hay nombre para lo que tengo, no sé qué es. Son ganas de gritar y llorar, como una punzada que sube desde la planta de los pies a la cabeza, llenando todo el cuerpo. Pero no sé cómo llamarlo.

Los pasos casi tengo que darlos más cortos, porque no soporto apoyar mis pies en la tierra que parece no quererme hoy, y desespero por flotar en vez de tocar el suelo. No quiero hacer nada si debo hacerlo con este dolor agudo, repentino y pasajero. Este dolor que no me deja en paz y que vuelve cada vez que creo que ya se va.

Me pongo de pie. Intento enfrentar de nuevo a la vida, pero ahí está, fuerte, esa sensación de no poder seguir que me derrumba y me hace correr más rápido la sangre. ¿Qué es lo que tengo? ¡¿Qué es lo que me está agotando el aliento, la tranquilidad, la vida del día de hoy?!.

Y no sé dónde está la solución. Esta extraña chispa que viene de adentro y borra la sonrisa de mi cara se vuelve más fuerte, más constante y es insoportable para mí, para mi cuerpo herido, mi corazón extrañado y mi mente desesperada. No sé qué hacer para seguir adelante y ahuyentar el dolor, así que tendré que retroceder mis pasos. Vuelvo a casa para descansar, sentarme a respirar y olvidar la profunda herida que no me deja tranquila.-

Dijo la mujer que al llegar a su casa y quitarse los zapatos, encontró dentro de uno de ellos un gancho de grapadora patas arriba.