jueves, 21 de febrero de 2019

Benavente. Obras completas. IX.

Un reguero de preguntas, unas lágrimas desordenadas al aire y una mirada perdida para adentro en los pasados.

Se me perdió el tiempo y hoy lo necesito tanto ¡Tengo tanta necesidad de encontrarme en él! Perdí la cuenta de la cercanía, desdibujé las distancias. Yo, solamente aquí y tú, a veces ahí ¿Sirvió entonces de algo perder la cuenta? Hallando sólo sombras en las manecillas del reloj y huellas difusas en el calendario, cómo no dudar de las palabras, dudar de la fuerza. Cómo no quedarse caído al fondo de sí mismo preguntándose, otra vez, qué fue lo que no fui capaz de hacer. Por qué no logré, siendo todo de mí, serlo todo fuera de mí.

Faltaba una pieza: El no-enamoramiento llamador, el resentimiento y el vicio de la pelea marital que nunca se dejó.

Y yo, reposando todas las explicaciones en la confianza. La confianza convertida en ingenuidad ingenua, que ha sido tan ciega que no se le puede dar otro adjetivo más que sí misma para explicar su tamaño desproporcionado.

Silencio. Omisión frente a mis manos cargando un retazo de futuro, un algo que desde antes de nacer se resistía al olvido.

Enciende, apaga, enciende, apaga.

¿Así que es cuestión de conectarse y desconectarse? ¿Se puede estar cerca de unos labios si se está desconectado por un ratito de otros? ¿Son la desconexión y los besos ajenos directamente proporcionales?

Volver y volver y volver a lo que no se ama.
Y volver y volver y volver a lo que se ama.
Qué cosa más complicada.
Qué cosa tan inentendible y dudosa que la elección de hoy sea la primera opción.

¿Cuánta credibilidad puede dársele a lo que no enamora pero se queda? ¿Cuánta credibilidad cuando lo que no enamora se dejó parado por tantas noches que vieron salir el sol al lado de que lo sí?
Y no se dejó ir.
Y se quedó ahí.
Y se peleó y se aferró ahí.
Ahí.
Ahora mismo ahí… Al lado de lo que sí.

Qué tortura más grande puede haber que saberse acompañado de una presencia desconocida, latente e invisible por tanto tiempo.
Ser tan conocido por ella. Ser observado sin percatarse. Existir sólo con ella en medio. Y no tener idea, no saberlo.

Y aún después de esta locura e intensidad nuestra, de los ojos leídos sin lupa y las yemas de los dedos vibrando a oscuras, hela ahí.
Por favor no digas que esto va más allá de asumir cosas que no son. Se asume lo que está claro, lo que ha pasado y brilla bajo el sol: pudiste volver después de aparecer yo. ¿Así que mi consuelo es que volviste?

¿Así que mi consuelo es que tuviste que sentir que querías regresar a puerto después de haber zarpado en otro mar? ¿Tenías que volver a unos brazos viciosos para saber que querías los míos?

Cómo no va a ser un error haber dejado ir al tiempo.

¿De verdad? ¿De verdad decides ir a quien te habla de lo que no mereces en vez de lo que el mundo tiene para darte? ¿A quien te habla de lo malo que eres y no de lo admirable? ¿A quien se dedica a decirte lo que no le gusta de ti en vez de verte lleno de luz cuando tú sientes que no la tienes? No vengas a mí, ya no hay caso, pero no lo hagas a quien decide oscurecer tu sol temprano en el ocaso.

Y la felicidad que parece hecha para ti y tú que eres tan dueño de ella sin verlo a veces. Tú, inspirándola cuando mueves al aire con tus palabras; tú, haciéndola danzar alrededor de tus pasiones; tú, embobándola con tu perfume;
a tu merced;
resucitando sus sombras…
Tú, callado y sin verlo en tus esquinas.

Tú, arquitecto de ilusiones, deja de buscar consuelo en lo que te trae sinsabores.

Si no tienes la felicidad, entonces que lo que dejes entrar a tu vida o elijas mantener, sea porque puede dártela. De lo contrario, no sirve.

Silencio. Hubo silencio.

Y terminé con mis espacios atiborrados de preguntas (incontestables) cuando sólo quise haberlos tenido llenos de amor. Qué lástima, en verdad, qué jodido es el dolor.

Mis partes desbaratadas no tienen cómo juntarse. Ya no. No será este el puerto en que lleguen a ensamblarse. Tantas despedidas en que dejé tus lunares guardados por si acaso, y ahora con un soplo silencioso los lanzo a la luna para que se vayan y jueguen y hagan una constelación. Donde quieran. En el cielo o en tu cuello, que son lo mismo.




Escrito el dos antes del veintiuno de un año que jamás olvidaré.