He escuchado ya muchas cosas
que han sido dichas, he visto lágrimas que prometen ser de felicidad, he visto
gestos de queja más grandes que el dolor mismo que los causa y todo esto de su
cara, señorita, de su cara mientras dice que su vida vive ahora un rumbo que
nunca tuvo, un rumbo definitivo, no tentativo, positivo, no pasivo... Con
pesar (auténtico pesar ¡que no se vaya a pensar que miento!) el adjetivo de
hipócrita también le vendría bien, y eso sólo porque ha sido usted la que lo ha
mostrado así. Del interés no sólo se habla ¡Eso es también una cosa que se
demuestra!
Blasona de su experiencia,
estudios y recorridos; pero entre niñerías y mimos, más parece su estatura un
extraño fenómeno de altura (¡Y ya!).
Será por esos delirios, que
francamente no sé llamarlos de otra manera, que los consejos a sus oídos llegan
con tanta pesadez, como si dárselos fuera cierta clase de delito. Son para
usted un mal necesario, aunque le cueste, pero en este punto no estamos ya para
dar más correcciones, el silencio le ha ganado la pelea a las desesperaciones.
Qué más da, si al fin y al cabo, señorita, ya usted se las sabe todas, sólo no
se confíe, que para inmaculadas está La Virgen.
Señorita de las
transparentes... personalidades, permítame decirle que son un dolor de cabeza
sus necedades, y que poco creo ya en sus enfermedades. Usted que camina sola,
agacha la cabeza cuando se le quiere mirar ¡pero eso sí! la deja bien alta
cuando prefiero ver una bandada de pájaros antes que a sus inmodestas cejas
alzadas.
Pero dejemos de hablar de lo
que me hace usted a mí, al fin y al cabo quién soy yo más que una igual, pero
creo, y diciéndolo con todo respeto, que a quienes debe usted respeto guardan
ganas de dejar su irrespeto por el piso. No ha sido secreto que se molesta usted
por completo cuando con razones justas le hablan, pero sepa que los regaños no
se hablan a dueto, las discusiones no son siempre un reto y que, aunque yo ahí
no me meto, sus respuestas dan ganas
del mascadero voltearle, como lo diría mi abuela muy concreto. Diriale yo que deje usted misma de meterse
en aprietos, y si ya dijo “me comprometo”, trate de citar también la palabra
“coherencia”.
Ahora no sólo me preocupo
por usted sino por mí, porque ¿qué hago yo si cada día puedo ver menos de su
ser? Sin mencionar que no quiero llegar a hablar en sus palabras, pero sus
deliciosas miradas cada vez me hacen la cuestión más difícil. La triste
realidad es que no necesito tener más de sus actitudes para sentirme como me
siento, hastiada, fastidiada, incomodada y cómo no, frenada; y mis planes son
muchos, pero todos sin hastiarme, fastidiarme, incomodarme y mucho menos
frenarme.
Yo no quería que la
situación llegara a estos extremos, pero debo decir con honestidad de sobra
que, señorita, poco la aguanto.
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