Debajo de unas nubes grises y un sol medio escondido, está La Quinta, un
lugar de almas desnudas a donde los desenamorados van a dejar de vivir su
realidad, a tomar aire de las situaciones que los arrugan por dentro, o a dejar
salir tanto aire negro que ya han tomado. Un sitio tan peregrinamente apacible
que provoca salir corriendo y quedarse para siempre.
Antes de entrar todos se quitan sus máscaras de sonrisas. Nadie tiene que
abrir las puertas porque estas están siempre abiertas, como un presagio de que
cada tarde el lugar se llenará y llegarán muchos sin fuerzas para empujar. La
espera de los clientes es directamente proporcional al tamaño de la herida y al
radio de la pupila dilatada de los que sufren por amor.
Adentro, un ambiente como de viento. Todos se saludan con un abrazo, todos
saben cuánto lo necesitan. Detrás de la barra, los que saben las palabras
precisas y las sonrisas de medio lado que, en medio del desasosiego, es bueno
dar a los que van allí. Es un lugar con experiencia, experiencia que ha
adquirido, más que con sus años de existencia, con las historias que se
escuchan en el recorrido de los vasos a las bocas, o de camino al baño. Todo en
La Quinta está invadido de las palabras que sus paredes han escuchado.
Los pasos de los que
se van acercando a unirse a la fiesta se escuchan como un metrónomo que marca
el compás de las más tristes composiciones. No se distingue entre mujeres y
hombres, sólo se ven corazones que buscan desesperados aquel lugar para dejar
salir las lágrimas que, frente a la gente, no quieren mostrar.
Y se ven sentados en las mesas a los que tienen lejos sus pasiones y allí
pueden, de una manera extraña e incomprensible, sentirlas cerca, como unas
manos que acarician aún con la piel ajada, como la playa de Troya, yerma y
desolada. Otros caminan por ahí y no se sientan, porque tienen miedo de que se
les caigan los recuerdos felices y las caras de los que quieren, y le muestran
a los demás fotografías de esas caras, alegando, a veces gritos: “¡Ese es el
rostro del amor!”
En la rocola, junto a la lista de "Canciones prohibidas por tener un significado especial y por su alta capacidad de poner a llorar el corazón", unos le echan monedas a música lenta que acompañe los suspiros. Música que pronto llena los rincones un tanto empolvados del lugar. La música que suena no improvisa ningún sentimiento, porque en La Quinta el piano siempre está dañado.
En la rocola, junto a la lista de "Canciones prohibidas por tener un significado especial y por su alta capacidad de poner a llorar el corazón", unos le echan monedas a música lenta que acompañe los suspiros. Música que pronto llena los rincones un tanto empolvados del lugar. La música que suena no improvisa ningún sentimiento, porque en La Quinta el piano siempre está dañado.
Así es La Quinta, preparada para recibir a sus clientes y atender sus
necesidades. Y dejarlos caerse al suelo si es lo que necesitan, y darles de
beber algo que les quite el dolor de cabeza, o que al menos intente hacerlo.Todos
se hablan con silencio, entendiendo perfectamente lo que las ojeras del otro
quieren decir. Soledad camina por ahí poniendo una mano en el hombro de cada
visitante. No hay relojes para no sentir el paso del tiempo-olvido. No es un
paraíso, pero es un hogar. Un hogar para los que tienen los besos sin hogar.
No se sabe dónde queda La Quinta. Tal vez en el quinto intento de revivir los
amores, en la quinta chispa de un fuego encendido, en el quinto camino por el
que camina alguien perdido, en la quinta hoja arrugada llena de letras que
quieren explicar el vacío, en la quinta señal de peligro de una inhóspita
carretera.
Y hay quienes no han podido encontrar cómo salir... Y hay quienes no
quieren encontrar cómo hacerlo.
17 abril 2016. 8:20 pm.
Majestuoso.
ResponderEliminar2 veces leído.
ResponderEliminar2 veces leído.
ResponderEliminar