Fue la noche perfecta para escribir, fue la noche última de
tantas cosas, fue la noche del borde de las lágrimas secándose y volviéndose a
mojar, fue noche de ideas, fue la noche de las otras. Tan igual, tan serena,
tan mediana, tan callada, como regalándome sus letras para narrar, organizar, conciliar,
humedecer, empañar.
Nació después de lo oscuro y sus estrellas, para dejar
gritos y esperas y ser sólo eso, el mantel gigante que habría de iluminar más
tarde una hoja en blanco, con pensamientos que vacilan imparablemente mientras
escriben sin tinta, haciendo un camino amontonado hacia el consuelo nocturno.
Ya quisiera yo atrapar tanto pensamiento ignorante y cobarde
y despertar sus necedades, hablar claro e interrumpir el silencio que hace
heridas más grandes que lo que las palabras. Es esta una miedosa noche que ya
no es pero que está tan viva como mis razones, es larga en el tiempo del
mensaje sin respuesta y guarda impulsos sin cama. Y en secreto me ha prometido
desvelos cantantes en momentos delirantes.
Están mis ojos cerca, pero de la noche, que está allá y aquí
callando para hacerme hablar. Se me va la vida en noches como ésta, en las que
no sé si se pasa el día y me quedé horas con más música y más quietud, hasta
que se difuminan en sueños que convenientemente llegan, con más ilusiones, con
más inquietud.