Busco. No
encuentro entonces espero, pero qué puede ser la espera si mis pasos caminan
por todos lados dilatando los momentos. Hablo más en silencio de lo que mis
dudas preguntan, su respuesta no está a mi lado, ni arriba ni abajo, y respondo
para la ventana con mi cara y nada más, pero sigo sin llevarme bien con mi
claridad inevitable. Qué desorden por dentro, qué montón de cosas quisiese
hallar para darle sentido a lo impenetrable, lo impenetrable de mi confuso
sentir. Porque ya conozco palabras que no conocía antes, palabras que dan vida
a la vida, pero a esto, a esta nada no han podido darle vida.
Allí está esa punzada que suprime. Una presión tan fuerte que es
inexplicable. Un impulso que golpea de adentro a afuera, como fuego encendido
que quiere quemar el tiempo, los lugares vacíos y las palabras secas, tal vez
un llamado de mi alma nerviosa. Una opresión persistente que llega hasta donde no
soy dueña de mí, hasta donde no digo mi nombre y las palabras se ahogan.
Un
pensamiento solo; solo, vasto y cautivo, atrapado en el mientras de lo que vuelve. Vacío que llena por completo encerrando
palabras, las que se me escapan
de los dedos. Ansiedad por la ausencia que acosa mis suspiros, suspiros que son
arma de doble filo a la fragilidad de la mente. Momentos tan cortos que son capaces de encerrar todo y
hacer caer lo que con precariedad se sostiene. Infinidad de cosas muriendo por
salir y sin poder hacerlo. Impotencia. Locuras,
temores, egoísmos y ardores; todos juntos en la misma lágrima.
¡¿Qué hacer?! No puedo pensar en escribir de otra
manera, esto no funcionaría abandonando mis formas que se acostumbraron a mí
tanto o más de lo que yo a ellas. No quisiera yo invertir mis poemas y que para
mis emociones se hagan borrosos, confusos y lejanos, tanto o más como la
conmoción taciturna de ser incapaz de dar libertad a la retórica insistente.
Días
silenciosamente húmedos, hechos de ese silencio agudo que sólo sabe de espera. Cuerpo
tan estático y quietud tan intocable, mi cara con
ganas escondidas de hablar y con otros ojos, con formas tan diferentes de tener
la piel caliente en medio del frío de luna llena.
Lo
intempestivo salva entonces las horas que pasan lentas y así, con el tiempo
incompleto y la espontaneidad pausada, la cuestión es vivir, ineludible la
noche sola. No quisiera yo demorar más a la tranquilidad… O demorarme más a mí.
De la memoria inequívoca tengo risas, su sonido y su fotografía; de las notas
lentas tengo mi paz todavía. La locura que aflige al insaciable es tan pesada y
tan liviana, tiene fuerza por momentos, se ríe por momentos, se olvida de sí por
momentos.
Otro escrito
más, otro lugar que a lo sincero no asuste, que pueda con poco, porque a cada
momento he debido conformarme con sentir. Es desasosiego, desconsuelo, risa,
baile, pasión y dolor; que esté aquí sentada en la ironía de escribir por no
escribir. Seré mejor siempre en las palabras, y sería bueno empezar a
conocerlas, a las palabras que jamás voy a decir.