miércoles, 10 de febrero de 2016

Despedida

 
Quisiera no volver a hablar. Aunque ame las palabras y sus infinitas formas, aunque tenga mi voz para engrandecer los sentidos de lo pequeño, aunque le tenga cariño a los sonidos, y haya llevado de la mano a aquellos que fueron tristes cuando empezaron a vivir. Pero las palabras se ven muy bien sentadas en las páginas, la voz no cesa de hablar adentro y la fábrica de sonidos en mi cabeza no cierra la puerta de sus fantasías.

Yo he amado también el silencio. Momentos hermosos los he encerrado en el silencio, con los ojos abiertos y la boca cerrada, para no dejar escapar a ninguna palabra imprudente. Dejando hablar a todo lo que esté a mi alrededor, a todo el que quiera decirme algo y no se moleste al recibir un mensaje de mis ojos en respuesta. He conversado al cielo sin hablarle y he gritado a la noche con sólo cerrar mi cuerpo al lado de la ventana... Más que frecuentada últimamente.

De este aparentemente loco pensamiento, es difícil explicar el porqué, más aún cuando parece ser tan radical. Pero es así de simple, no tan simple. Lo que digo no está diciendo lo que quiero decir, cuando mis tonos se sienten tranquilos, forman espesas y duras nubes de tensión. Ya no es "así de simple, no tan simple" como lo fue entre risas de ojos y mensajes, el mensaje ya no parece estar claro, ya no es tan simple. O mis palabras las olvidan y parecen quedarse hechas humo de algún día que ya pasó. En otros lados, ya no me creen. Ya mi sinceridad, que juro no ha cambiado ni un poquito, no es tan creíble, y eso me da unas ganas de llorar tan grandes que no puedo hablar.

¿Ahora lo ven? No sólo trato de elegirlo, al silencio. Él parece venir por mí.

Y como una vieja costumbre mía, que no me deja perderme a veces y otras es la que me hace encontrarme, no termino de tomar la decisión, me voy arrepintiendo cada tantos pasos. Miro hacia atrás y ahí están, esas miradas y figuras, esos lunares y esos brazos que, sin pedirme permiso, me hipnotizan, y no puedo decidirme a ya, de una vez por todas, dejar de hablar. Pero deberían dejarme esas enamoradoras figuras que son mi vida entera. O yo a ellas, a ustedes. Déjenme dejarlos tranquilos, como tantas veces evito que se sientan, déjenme estar pero estar callada, y dejen de provocarme tantas ganas de hablar. Ya no lo quiero hacer. Ya no lo quiero hacer... Esta es también una forma de pedir perdón, o de reclamar la falta de interés.

Ahora puede ser oportunidad para probar lo que me ha llamado hace tiempo, como el que necesita irse a una casa lejana cerca al mar para que el mar sea el que hable. Quisiera callar para ya no armar un caos a cada sílaba... Y decir las viejas palabras de una forma distinta, porque las estoy intentando decir hace tiempo, pero no he podido, entonces estaré callada hasta que descubra cómo volver hacerlo. Y tal vez empiece por aliarme con los abrazos, las caricias, la querida risa y el infaltable llanto. Ellos conocen más las cosas que quiero decir otra vez, y su forma de hacerlo es más grande que mi voz... Siempre lo ha sido.

Con amor,

Trataré de olvidarme (sin prometer éxito) de cómo es que se hace para hablar.

 

9 febrero 2016
 
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario