Hola, querida amiga. Vuelvo a escribirte esperando volver a
encontrarte, porque si te perdiste, ya seríamos dos.
Antes de decirte cualquier cosa, debo advertirte que pasaré
frente a ti largo rato en silencio. Bueno, supongo que a eso estás ya
acostumbrada, pero hoy no es como las otras veces, hoy el silencio parece serlo
realmente y no sólo un montón de palabras y gritos reprimidos, hoy hay luces
brillantes fuera en la calle y las miro mientras callo, hoy no me comprendas,
ni me abraces, ni me hables; hoy sólo espera a que mi silencio acabe.
Como siempre, no sé exactamente a qué vine aquí, sé qué
cosas me trajeron pero no sé si vaya a contarlas. Cosas le pasan a todo el que
pasa por aquí, y esas cosas pasan y pasa que no sé si a las mías ya las dejé
pasar o las invité a pasar a casa. Pasa entonces que terminé aquí sentada,
pensando en ellas y en las mil preguntas con las que me llenaron la cabeza, y
sigo sin saber si la respuesta la tengo yo o me va a tocar ponerme bonita y
salir a buscarla. ¿Bonito, no? ¡Un enredo nuevo! (O el mismo, un poco más
grande).
Tal vez esté haciendo una nueva tregua con mis sentimientos,
pero esos bichos raros no se dejan de nadie, ni de mí que soy su dueña. Y no de
ti, de ti menos lo van a hacer. Tú, la afortunada que sólo se sienta a
mirarlos.
Apagaron las luces brillantes.
Podría estar horas pensando en todo lo que quiero escribir. Por
ejemplo, me puedo quedar contándote que tuve una madrugada tan oscura como una
cama no usada, o una tarde tan feliz como una luna de día; pero en mi criterio
no confiaría mucho dadas las circunstancias previas, ya sabes, esas de
caprichos y efusividades que tú conoces. Te propongo entonces lo mismo que ya
hemos hecho, quedarme aquí todas esas horas, con una rara sonrisa adentro para
cantarle a la felicidad disfrazada de tristeza y al desasosiego disfrazado de
tranquilidad… Y bueno, tú siempre has sido una de mis mejores compañeras para
cantar. Aunque siga siendo la loca que le escribe y le habla a una ventana… ¡Y que
ahora va a cantar con ella!
Ay, quedan todavía muchos suspiros por suspirar. Y ya esto
se acabó, así de simple como nunca fueron las cosas. Habrá que empezar a hacerles
caso a los poetas que en palabras preciosas, escriben versos que uno odia
porque dan cuenta de tantas verdades negadas, de tantas palabras que repite la
mente para tratar de hacerlas llegar al corazón. Quedará pendiente saber si lo
lograron o no.
Se acabó, ventana. Seremos las últimas en apagar las luces.
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