Raro como
palabras que a punto de salir se ahogan, alientos como frases mudas que no son
capaces de decirse y estallan en nada, en nada después de haberlo dado todo. Y si mis formas estallan, en vez de hablar
callan o a veces dan gritos; y si desfallezco sin saberlo a mitad del camino. Y
si hablo y vuelvo a hablar, fallo y vuelvo a fallar.
Qué más
quisiera que ver cuando mis ojos están ciegos ¡Qué más quisiera que quitarle
esta ceguera a mis labios! Borrar el daño, que mi voz vuelva a ser caricia.
Duermo sobre costumbres viejas que no dejan dejar de pensar, duermo
habiendo caminado hacia atrás y no sé cómo eso me deja dormir. Pero las sonrisas
van desenredando el pesado nudo en la garganta, y mi cobarde valentía, como esa
que hubo una vez, tiembla exaltada y miedosa, aventurándose a regalar sonrisas.
Y si extraño, extraño tanto y no
parece extraño. Y si extraña, extraña tanto que parece extraño.
Al final, eso es todo y está bien, una tarde, un suspiro o la risa,
saber que por ojos brillantes todo vale, por voces tranquilas todo cuenta.
Y las letras, pobres letras mojadas y secas de esperar,
imágenes en forma de poesía ajena que verso tras verso dejan ver la verdad. La
esperanza aún nerviosa de dejar la frialdad. Eso es lo que hace el soliloquio
interminable de pensar en soledad.
Tarde, pero llegué; ventana.
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