lunes, 31 de diciembre de 2012

Miradas



Se necesitan a veces miradas, miradas largas que no pidan más que ojos brillantes que se encuentren a sí mismos en el reflejo de otros ojos, de otras almas; que no entiendan de molestias, enojos o aburrimientos; que hablen ¡Que griten en palabras que no existan! Que no sean comprendidas más que por quienes a los que son dirigidas.

De vez en cuando me dan ganas de tener una mirada, una de aquellas, que me lleve al cielo y de vuelta y me quite todas las fuerzas, que sea tan diciente que ni siquiera un montón de letras juntas pudiera hablar la mitad de lo que ella hablara, pudiera amar la mitad de lo que ella amara, pudiera significar la mitad de lo que ella significara; que sea inexplicable y no necesite ruido ni luz.

El instante de mirar es el más maravilloso trance; apacible, indescriptible, casi quimérico, con tímidas lágrimas que no lloran de felicidad sino de alguna cosa sin nombre que es sólo razonable sin palabras, es sólo razonable con miradas.

Miradas que todavía no saben mirar bien y así miran mejor que ninguna, que acercan las caras y que buscan brazos calurosos y sonrisas medio hechas. Miradas que no buscan sólo gustar sino mover todo por dentro y hacer un caos en la mente, sí, un completo desastre, tan desordenado que da risa porque no se entiende ni se quiere entender nada, sólo importa la detención de esas, las miradas.

Quiero una de esas, que lleguen cuando menos se necesitan y cuando más se ansían, que ambienten momentos oscuros, largos muy largos, en los que no hay necesidad de ningún sonido, ningún movimiento, sólo parpadeos que parecen eternidades antes de volver a ver esos ojos, esos que con una simple, profundísima mirada, enamoran.

Por qué no me miras y le quitas a la noche sus horas, minutos y segundos, dame un beso con la mirada y con el silencio, acaríciame los sentimientos, déjame mirar tu mirada. Mira, Mira, Mírame.

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